Clase en el colegio Bisbat D´Egara de Terrassa.CRISTÓBAL CASTRO (EL PAÍS) Clase en el colegio Bisbat D´Egara de Terrassa.CRISTÓBAL CASTRO (EL PAÍS)Esta idea de las competencias como eje, en lugar de las asignaturas de toda la vida, comenzó en el ámbito de la FP y ese es tal vez el pecado original del currículum basado en competencias, su origen poco noble
Os
preguntaréis por qué tanto énfasis para ciencia tan prosaica, por qué tanto
ruido a propósito del arte de levantar el pie. ¿No sabéis que la dignidad en
todas las cosas está siempre en razón inversa a su utilidad? (Balzac, El arte de andar). Las
noticias sobre la reforma del currículum escolar han provocado bastante ruido
estas últimas semanas, con relativamente poco debate riguroso y tal vez
demasiado rasgado de vestiduras. Un día cualquiera, usted abre el periódico
por la sección de Opinión y se encuentra un artículo en el que se auguran
catástrofes inenarrables en la próxima generación de españoles como resultado
de los cambios en la enseñanza de la historia, o de la supuesta desaparición de la
filosofía. El autor se duele de la devaluación imparable de
nuestra educación nacional, dado que las reformas del Gobierno pretenden
regalar los aprobados y los diplomas, haciendo irrelevante el esfuerzo de los
estudiantes, condenando algo tan imprescindible como la memoria y, de hecho,
mandando a la sociedad el mensaje de que ya no habrá que esforzarse para
aprobar. Después de leer esto, usted seguro que se apunta a las dos cosas en
que parece haber consenso absoluto en este ámbito: una, que cada reforma
legislativa de la educación es peor que la anterior, siendo todas malas; y
dos, que el colegio al que van sus hijos es bastante bueno, tirando a muy
bueno. ¿Qué es
exactamente lo que conviene aprender? Es la pregunta clave de la llamada
política curricular” Pasando
un par de páginas, podría encontrarse usted con un artículo analizando la
desastrosa educación española, pero en este caso usando los datos de PISA, la
famosa prueba internacional, donde el foco está en el conocimiento aplicado.
Aquí el problema no es que nuestro sistema educativo apruebe a demasiada
gente, sino justamente que
suspende a más de la cuenta, lo que nos lleva a tasas de repetición y
abandono temprano que castigan terriblemente nuestra puntuación en PISA y nos
colocan en mitad de la tabla, un lugar “mediocre” donde estaríamos
“estancados”. Después de estos dos artículos, usted que es un lector
inteligente empieza a preguntarse si esto de la buena educación consiste en
que suspendan muchos o más bien en que aprueben muchos. “No”, me dirá, “la
cuestión es que aprendan muchos, pero ¿qué es exactamente lo que conviene
aprender?” Y ahí ha formulado la pregunta clave de la llamada política curricular en
cualquier sistema educativo. Si tiene
tiempo para más lectura, en la sección de economía del mismo periódico, se va
a encontrar usted otro artículo, o tal vez una entrevista, en la que el joven
consejero delegado de una startup de
éxito, de un unicornio incluso, habla convencido y tajante de cómo nuestro
sistema educativo sigue anclado en enseñar contenidos y habilidades inútiles
y trasnochados, y que, ante la extrema lentitud en la modernización de
nuestra educación, las empresas, sobre todo las más innovadoras, se ven
obligadas a hacer procesos de selección de personal que les permitan elegir a
los que de verdad saben, sin dar mucha importancia a sus diplomas y
certificados académicos. El empresario aprovechará para recordarnos que casi
todos los emprendedores de éxito abandonaron muy frustrados los estudios
porque no veían reconocida ni mucho menos fomentada su gran creatividad. En
este punto me reconocerá usted que la cosa se complica: ¿Hay que volver al
Latín y al Griego obligatorios, o sería mejor enseñar justo lo que mide PISA,
o hay que tirarlo todo a la basura y que nos diga el joven líder empresarial
qué tienen que aprender los estudiantes en la escuela? El
currículum alrededor de las asignaturas tradicionales tiende a ser
inflacionario” El
currículum escolar recoge y refleja un consenso nacional sobre qué es
imprescindible aprender, es decir, qué es lo que ha de saber y saber hacer un
graduado de la educación básica en nuestro país. Desde hace décadas, la
tendencia global es hacia un currículum basado en competencias, es decir,
donde prime el conocimiento aplicado ―qué sabe usted hacer con lo que sabe―
sobre el conocimiento más abstracto y logocéntrico (sin abandonar este último
del todo). Esta idea de las competencias como eje, en lugar de las
asignaturas de toda la vida, comenzó en el ámbito de la Formación Profesional
y ese es tal vez el pecado original del currículum basado en competencias, su
origen poco noble, por así decir. Para unos, es conocimiento de segunda
categoría; y para otros, implica una subordinación inaceptable a los dictados
del mercado laboral, unicornios incluidos. El
currículum alrededor de las asignaturas tradicionales tiende a ser
inflacionario. Cada vez hay más asignaturas, cada una con su grupo de interés
detrás, y todas querrían ser obligatorias y tener más horas lectivas a la
semana. La asignatura como unidad de medida del sistema escolar implica que,
desde el Cine a la Economía, de la Ciudadanía al Ajedrez, de la
Digitalización al Bienestar Emocional, del Chino a la Robótica, la opción más
segura para sus promotores respectivos es que se cree una nueva asignatura, a
ser posible con su cuerpo especializado de profesores y con un horario
definido. Este proceso inflacionario es difícil de sostener, tanto en los
horarios lectivos, que son obviamente limitados, como en términos del peso de
las mochilas escolares (porque también hacen falta textos específicos si es
posible). Un currículum competencial supone pues una medida
anti-inflacionaria bastante radical, que busca enfoques interdisciplinares y
dar prioridad a la aplicación del contenido a problemas reales y cotidianos.
Va, por tanto, en contra de los intereses de todos aquellos grupos que tienen
ese fuerte incentivo para mantener su lugar reconocido en el currículum y, si
les es posible, hacerlo crecer. Este es el segundo pecado, en este caso
difícilmente expiable, del currículum competencial. Se había hecho con no
mucho coste político en la primaria, pero al topar ahora con la
secundaria, la dificultad es mucho mayor. El catastrofismo
que usted ha visto en el periódico no responde a lo que ocurre en nuestras
escuelas e institutos” Resumiendo:
a una parte de la derecha, no le gusta el currículum competencial porque,
supuestamente, condena el esfuerzo y la memoria; a una parte de la Izquierda
no le gusta porque, también supuestamente, sacrifica la educación a las
necesidades del mercado laboral y de los empleadores; y a una parte del
profesorado (o de quienes dicen representarles) tampoco le gusta porque
percibe que pierde poder e identidad profesional. Sin embargo, son miles los
centros educativos en España donde la reforma competencial del currículum se
aplica desde hace años, en muchos casos sin utilizar ese nombre. El
catastrofismo que usted ha visto en el periódico no responde a lo que ocurre
en nuestras escuelas e institutos. Puede que justo por eso el colegio de sus
hijos le parezca más que aceptable. Aprender
siempre supone y supondrá un esfuerzo. La memoria es al aprendizaje lo mismo
que respirar es a vivir, condición sine qua non; pero al menos usted y yo
hemos hecho algo más que respirar en nuestras vidas, ¿o no? El conocimiento
aplicado ha tenido siempre menos prestigio entre las élites que el
conocimiento abstracto, pero mejor acceso al mercado laboral. A usted y a mí
nos ha venido bien tener trabajo y todavía mejor ver que nuestros hijos
también pueden conseguirlo, ¿verdad? Y ya otro día hablamos más de educación
y menos de guerras culturales. Fuente: El país. Autor: Juan
Manuel Moreno es catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la UNED. |