Principales
instrumentos de medición de la peligrosidad criminal
Para evaluar la peligrosidad criminal
se han utilizado toda clase de enfoques:
La Criminología positiva ha
centrado sus esfuerzos en determinar la peligrosidad del sujeto a través de sus
características
personales, bien sean éstas de carácter físico (antropología
criminal, frenología, etc.) o psiquiátrico (psiquiatría criminal, psicología
criminal). También desde los enfoques de la medicina legal y la psiquiatría
forense se ha evaluado la peligrosidad como manifestación de conductas
violentas o agresivas.
La Sociología criminal y
la Criminología crítica se han aproximado al concepto de peligrosidad
desde una óptica más interaccionista, como ruptura o desviación de los procesos
de relación entre el individuo y la sociedad. También desde la postura crítica
se ha llegado a establecer una fuerte relación entre los modos de gobierno y
regímenes políticos y el concepto de peligrosidad. Para muchos de los autores
que pertenecen a esta corriente de fuerte influencia marxista, peligroso será
todo aquel que se enfrente al régimen político establecido. De este modo, el
concepto de peligrosidad carece de connotaciones de diagnóstico, pese a que el
poder trate de justificarlas, y pasa a ser una categoría que se utiliza como
arma por parte del poder político para señalar a los disidentes del régimen,
siempre siguiendo a estos autores.
La Criminología clínica ha seguido un enfoque
más completo, en el que también tienen cabida cuestiones personales,
socioeconómicos, culturales y medioambientales. Actualmente, la Criminología
clínica integral sigue teniendo gran peso en la medición de la peligrosidad de
los internos que se encuentran privados de libertad en centros penitenciarios
(Herrero Herrero, 2013).
Para realizar una evaluación y determinación de
la peligrosidad se han seguido, asimismo, distintas aproximaciones (Abekhzer y
Gosselin, 1987):
a) Macrobiológica: estudio a
nivel individual de quien ha realizado actos peligrosos.
b) Cuantitativa: estudio de
la probabilidad de comisión de actos peligrosos.
c) Microsociológica: estudio
del contexto y evolución de los actos peligrosos de acuerdo al proceso de
transformación del individuo.
Actualmente, sin embargo, ninguno de estos
métodos está exento de críticas y puede decirse, sin empacho alguno, que con
los modernos medios y avances en las ciencias de la conducta humana aún no se
ha logrado un método 100% seguro para determinar la peligrosidad criminal de un
sujeto que no se encuentre afectado por una patología concreta y con
anterioridad a la comisión de un hecho delictivo. En general, existe un gran
consenso entre los expertos criminólogos al afirmar que, a pesar de los
esfuerzos llevados a cabo desde ciencias como la psicología criminal y la
psiquiatría forense, la determinación de la peligrosidad criminal es bastante
arbitraria.
No obstante, eso no obsta para que la
Criminología y otras ciencias cercanas a su ámbito de estudio hayan intentado
construir metodologías
lo más objetivas posibles para su medición y evaluación.
Algunas de ellas serían las siguientes:
Escala de respuesta
individual criminológica (Chargoy, 1999):basada en le teoría de la
personalidad criminal (De Greef, 1950; Glueck & Glueck, 1950, Pinatel,
1960; Landecho, 1967, Chargoy, 1985), con fuertes connotaciones de la
Criminología Clínica y el diagnóstico psiquiátrico y psicológico, basa su
construcción en 5 fases o etapas:
a) Construcción de la prueba: se utilizan
básicamente técnicas de psicología criminal (MMPI, PRF, etc.) que permiten
construir reactivos basados en la conceptualización operacional de los rasgos
componentes de la personalidad criminal. Tales rasgos se resumen en:
agresividad (capacidad para causar daño); egocentrismo(incapacidad para
modificar valores o actitudes personales);indiferencia afectiva (no repercusión
afectiva por sufrimiento ajeno);tendencia antisociales (conducta en contra de
la sociedad);adaptabilidad social (habilidad para la adecuación a las normas
sociales); labilidad afectiva (respuesta conductual para satisfacer aspectos
emotivos propios); identificación criminal (contaminación por conducta
antisocial, auto-reconocimiento como “criminal”, status criminal, violencia,
etc.). De este modo, los reactivos pueden demostrar la existencia o no de estas
características. La cuestión, sin embargo, es metodológicamente compleja, por
cuanto puede terminar revirtiendo en una tautología: un sujeto es peligroso
criminalmente porque en él se dan las características antes mencionadas, y se
dan estas características porque es peligroso. Además de ello, la Escala de
Respuesta Individual Criminológicaparte ya de una definición de las
características de la personalidad criminal, como ella misma reconoce, por lo
que puede perderse bastante efectividad en el proceso posterior de evaluación
si existen fallos en los términos previos. No olvidemos, al respecto, que el
propio concepto de peligrosidad no está carente de cierta subjetividad.
b) Validación de la facie (inter-jueces): se
someten las preguntas y los reactivos a la opinión de 25 jueces expertos en
psicología y/o sistemas penitenciarios.
c) Validación del constructo: se aplican los
reactivos seleccionados a 1400 sujetos de una población de reclusos,
distinguiendo sexo y rangos de edad e, incluso tipologías delictivas. Los
reactivos, como se mencionaba antes, evalúan las características de la
peligrosidad criminal y ello en distintas facetas.
d) Determinación de confiabilidad temporal:
re-aplicación de los test iniciales a un % de la anterior muestra.
e) Resultados: se trata de una herramienta de
uso preferente en instituciones penitenciarias, que ofrece resultados sólidos
en cuanto a la posibilidad de estimar la probabilidad de comisión de nuevos
hechos delictivos pero, como sus propios defensores advierten, NO ARROJA
CONCLUSIONES DEFINITIVAS, sino únicamente POSIBILIDADES
DE APARICIÓN DE CONDUCTAS (Chargoy, 1999).
Valoración de análisis
psicológico y análisis clínico del delincuente: Fundamentalmente, se
tienen en cuenta dos variables:
a) La personalidad del sujeto, en un sentido
amplio: factores constitucionales, crianza, rasgos o disposiciones,
deficiencias, etc.
b) Las situaciones peligrosas, es decir, la
ocasión de cometer un crimen está presente y existe un factor dinámico, la
pulsión hacia el delito. Especialmente importante en esta clase de análisis
clínicos son los denominados Manuales de Diagnóstico (DSM-V), que estandarizan
los principales puntos clave para el reconocimiento de determinados trastornos
de la personalidad antisocial.
Índice de personalidad
criminal (Heilbrun, 1997): asociación entre la asociabilidad del sujeto y
su cociente de inteligencia. Se trata de una inserción de la Criminología
clínica más clásica y positivista queasociaba el bajo índice de inteligencia
con la delincuencia, dado el gran número de personas que presentaban
discapacidades psíquicas o mermas cognitivas en prisión. En este índice se
correlaciona la baja inteligencia del sujeto con su grado de interacción
social. No obstante, los estudios más recientes demuestran que no existe una
correlación directa entre baja inteligencia y delito.
Valoración jurídica
(Esbec, 2003; Esbec y Delgado, 1994):
Tres han sido los elementos valorativos que se
tienen en consideración:
a) Nocividad: lo dañino y apasionado de la
conducta del sujeto.
b) Motivación por la norma o intimidabilidad:
progresiva adquisición de refuerzos maduros (contrato social, orden social). Es
interesante que este punto se pueda relacionar con algunas teorías del control
social informal, como es el caso de la que postula que el origen de la
delincuencia se centra en la desvinculación de los sujetos de las instituciones
sociales (Laub). Además de ello, la moderna doctrina penal de la imputabilidad
también hace referencia a la “motivación” normativa a la hora de establecer la
responsabilidad penal del sujeto, es decir, su culpabilidad (sobre esta concepción
de la culpabilidad, puede consultarse dentro del Derecho penal español las
obras de Gimbernat; Mir Puig; Muñoz Conde), concepto históricamente antagónico
al de peligrosidad criminal.
c) Subcultura: si el sujeto pertenece a un orden
racional diferente al de la colectividad, por lo que no cabe esperar de él que
se comporte conforme a la norma. Nuevamente podemos relacionar esta
característica con la teorías criminológica de las subculturas (Cohen).
Valoración de la
peligrosidad criminal con base el “factor de frecuencia de violencia” (Mossman,
2000):
valoración del factor de violencia de grupo, agresividad, etc.
Métodos actuariales
(Grove y Meehl, 1996): realización de estudios estadísticos en los que se analiza
el efecto durante un intervalo de tiempo determinado de una variable
independiente (factor) sobre una variable dependiente. En este caso la
valoración estadística órbita alrededor del riesgo de violencia de los
individuos e implica la predicción de la conducta de un individuo sobre la base
del comportamiento de otros sujetos en situaciones similares, o la similitud de
un individuo con miembros de grupos considerados violentos (Milner & Campbell,
1995). El problema de esta clase de estadísticas, propias de las ciencias que
estudian, por ejemplo, los riesgos en materia de seguros, es que no pueden
valorar correctamente algunas características personales/ individuales del
sujeto en concreto, sino que solamente incluyen tendencias grupales por
similitud de patrones estáticos.
Métodos mixtos (Milner
et al., 1995; Serin, 1993; Litwack, Kirschner & Wack, 1993): mezcla de experiencia y
método clínico (psicología y psiquiatría forense) y estadístico.
Tablas de valoración del
riesgo (Esbec y Gómez-Jarabo, 2000): se basan en un cambio de paradigma que
pretende superar el concepto de peligrosidad criminal y sustituirlo por el de
análisis del riesgo de conductas violentas a través de la aplicación de una
fórmula que permite baremar el riesgo en una escala de valores determinada.
Suele utilizarse para la valoración del riesgo en la concesión de permisos
penitenciarios.
Nuevas tendencias: aún se siguen
desarrollando nuevas metodologías e instrumentos para la valoración del riesgo
de violencia basados en distintos elementos de carácter globalizador
(disposiciones biológicas y genéticas del sujeto a la agresividad; claves
disposicionales como variables demográficas, cognitivas y de personalidad;
factores históricos; factores clínicos, etc.).
Actualmente, se manejan manuales, guías y
herramientas de diagnóstico que incluso inciden en determinadas tipología
delictivas normalmente asociadas con la peligrosidad criminal. Así, entre otras
(Vázquez González, 2012): HCR-20 (Guía para la valoración de la peligrosidad
criminal; Pueyo, 2005a); SVR-20(Manual de valoración del riesgo de violencia
sexual; Pueyo 2005b);SARA (Guía para la evaluación de riesgo de “asalto
conyugal”).
En concreto, el HCR-20 y el SVR-20 son
instrumentos que tienen por objetivo valorar el riesgo de reincidencia y
orientar a las instituciones sobre las probabilidades de cometer nuevos hechos
delictivos, lo que supone una evolución del concepto de peligrosidad. De hecho,
estas herramientas de medición utilizan en realidad el baremo de factores de
riesgo que pueden predecir la conducta delictiva. De este modo, el SVR-20 no es
un test ni cuestionario psicológico, por lo que no se trata de una herramienta
de perfilación criminal, sino que se trata de una escala actuarial que tiene
como estrategia valorar múltiples factores del propio individuo, así como
factores de riesgo estático y dinámico. Por otro lado, el HCR-20 tampoco se
conceptúa como un test psicológico formal, sino que valora ítems tales como
enfermedades mentales, número de condenas en prisión, riesgo de violencia,
factores ambientales, situacionales y sociales (Tapias-Saldaña, 2011).
Respecto a la efectividad de los pronósticos de
peligrosidad modernos, como expone Martínez Garay (2016), en toda predicción de
comportamientos futuros pueden producirse dos clases de errores: los falsos
positivos, que son los sujetos respecto de los cuales se ha predicho la
ocurrencia de un fenómeno X (por ejemplo, que delinquirá en el futuro), y sin
embargo dicho evento finalmente no se produce. Los falsos negativos, por el
contrario, son aquellos sujetos respecto de los que se predijo que el fenómeno
X no ocurriría (que no delinquirían), y sin embargo en realidad sí que tiene
lugar. Indica la autora citada que en España existen muy pocos estudios sobre
el grado de acierto de estos pronósticos, pero los que existen, aun valorados
con todas las cautelas necesarias, arrojan datos sobrecogedores sobre el grado
en que la peligrosidad se sobreestima sistemáticamente.
Conclusiones: Como expone Esbec
(2003), a pesar de todos los estudios clásicos que se han venido realizando
desde el siglo pasado, no se ha encontrado un tipo estructurado de personalidad
criminal, aunque sí podemos en la actualidad obtener una serie de rasgos que
habitualmente se encuentran en las personas “peligrosas” que han cometidos
hechos delictivos (impulsividad, baja auto-estima,
suspicacia, psicoticismo, etc.).
Aunque el concepto de “peligrosidad criminal” se
ha mantenido en nuestra doctrina criminológica y, en general, en otras ciencias
cercanas al fenómeno delictivo, la tendencia generalizada es su progresiva
redefinición e, incluso, podría decirse sustitución por otros conceptos tales
como la determinación de “factores de riesgo”, “predicción de la violencia”,
“daño”, “niveles de riesgo de daño”. Este nuevo enfoque tiene relación directa
con la denominada Criminología de corte plurifactorial, de carácter
eminentemente pragmático, que estudia los principales factores criminógenos que
afectan a los sujetos.
El debate se centra, sobre todo en los últimos
años, en la dicotomía entre seguridad/libertad y en la gestión o manejo del
riesgo en cuestiones de delincuencia. El alcance del mismo, como puede
comprobarse fácilmente, es enorme: sociológico, jurídico, político, etc. El
principal problema es que existen dos posturas enfrentadas al respecto: por un
lado, aquellos que postulan la necesidad de predicción de las conductas
violentas “a priori” y aquéllos que, por el contrario, estiman que lo más
adecuado es trabajar en la reducción o manejo del riesgo, poniendo el acento en
modificar aquellos factores de riesgo que convierten a un individuo en
potencialmente peligroso (Esbec, 2003). La segunda de las posturas nos parece
mucho más razonable. En primer lugar por que huye de los automatismos en
materia de predicción de la peligrosidad e introduce, por tanto, una mayor
seguridad; y, en segundo lugar, porque nos dirige a una política pro-social
desde el punto de vista de prevención que pone el acento en minimizar los
factores de riesgo antes que tratar de realizar predicciones probabilísticas de
dudosa fiabilidad.
Desgraciadamente, la tendencia generalizada a
nivel internacional –al menos, en materia de política criminal y a nivel
legislativo penal- parece haberse centrado en la primera de las vías.
Sin lugar a dudas, cada vez existen métodos más
fiables desde las ciencias de la conducta humana para determinar el grado
aproximado de peligrosidad criminal de un individuo, esto es, su mayor o menor
propensión a cometer hechos delictivos en el futuro. No obstante, debemos
coincidir con la doctrina mayoritaria al insistir en que nunca podemos hablar
de certeza, sino solamente de posibilidad. Se trata, en suma, de un mero
futurible.
Por ello, si bien no puede dudarse de la
utilidad de los métodos anteriormente para establecer la probabilidad de
reincidencia de un recluso a la hora de conceder un permiso de salida
ordinario, su utilidad en la concesión de la libertad condicional o la
suspensión de la pena, en programas de prevención de la violencia, etc., el
concepto de peligrosidad criminal y su determinación no puede constituirse en
la principal herramienta para adecuar nuestros sistemas de control social
formal. Su inexactitud es, aún, su principal desventaja.
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